Apocalipsis 22:14, que registra la séptima bienaventuranza, se ubica en el epílogo, al igual que la sexta. Es interesante que el epílogo registre dos bienaventuranzas, a diferencia que el prólogo solo una.
En el capítulo 22 se cierra la serie de visiones. En esta última sección, a comparación del prólogo, hay más contenido para certificar el origen divino del Apocalipsis. Por ejemplo, (1) el Espíritu Santo, junto con la iglesia, declaran “ven” (v. 17; en el caso del prólogo, el Espíritu está delante del trono [1:4]), lo que implica la confirmación del contenido profético por parte de una de las personas de la Trinidad (realizada por Cristo, cuando él declara: “He aquí, yo vengo pronto”, v. 12; y “Sí, vengo pronto”, v. 20); (2) la expresión “fieles y verdaderas” certifica que las promesas apocalípticas tendrán su cumplimiento;[1] (3) el origen celestial del “don de profecía” da más confianza para creer a los profetas; por tanto, lo que Juan vio, es divino (más aun con la presencia del ángel [vv. 8-9]); (4) la declaración de 22:11 da la seguridad que, al término de la gracia, los juicios que revela Apocalipsis se emitirán; (5) la advertencia de no cambiar el contenido del libro, ni siquiera una letra o un signo de puntuación (v. 28); si alguno se atreviera a hacerlo, recibirá la condenación.
El contexto de la última bienaventuranza, es el mismo que el de la sexta, y tiene el mismo propósito que la primera. Como se verá, el prólogo y el epílogo solo tienen un objetivo: certificar lo divino y veraz del Apocalipsis.
Apocalipsis 22:14 inicia señalando que son felices aquellos que “lavan sus vestiduras”,[2] para: (1) tener derecho al árbol de la vida y (2) entrar a la ciudad.[3] Es probable que Jesús fue quien haya dicho estas palabras.[4] Como puede notarse, este texto tiene una expresión paralela en Apocalipsis 2:7, y puede estructurarse de la siguiente manera:
El término “lavar” equivale a la palabra griega πλύνω, y en el texto bajo estudio, es un verbo participio en tiempo presente, que revela una acción continua y duradera, lo que implica que el bienaventurado no solo lava sus ropas una vez en la vida, sino diariamente; y reconoce que el pecado es un agente contaminador continuo, que necesita ser lavado.[5] Es posible que Apocalipsis 22:14 apele a Isaías 60; 62:10; Génesis 3 y 26:2.[6]
La limpieza era relevante entre los hebreos. Por ejemplo, era común “lavar los pies” de un visitante (Gén 24:32; 1 Sam 25:41; cf. Jn 13:5), y el lavado ritual de los hebreos, como en el santuario (Lev 8:21; 2 Cr 4:6). En el aspecto espiritual, “lavar” representa limpieza de pecado, de contaminación o corrupción moral,[7] para estar ante la presencia divina (Apo 6:11; Zac 3:1-5) y tener parte con Cristo (Jn 13:8). En este sentido, la “limpieza” llega a tener connotaciones salvíficas. Pedir que sean “lavadas” nuestras “ropas”, significa clamar por el perdón divino, por la justicia de Cristo, y reconciliarse con el Creador (Isa 1:18; Luc 18:14); es “la base de la salvación”,[8] significa “remoción de pecados”.[9] Esto es más explícito, cuando Apocalipsis 7:14 revela que la gran multitud ha lavado sus vestiduras “con la sangre del Cordero”. Sin embargo, no todo queda en el perdón. La expresión “lavar las ropas”, también significa obediencia, santidad; el hecho de permanecer limpios.
Las “ropas”/“vestiduras”,[10] en términos figurativos, simbolizan la condición espiritual del creyente. Por un lado, las “ropas sucias” representan la pecaminosidad del creyente o pueblo (Zac 3:3: aquí, Josué estaba representando a todo el pueblo; cf. Mal 2:16). Sin las ropas limpias, ninguno podrá entrar al reino de los cielos (Mat 22:22). Por ello, el llamado divino es acudir a Él, para que lave/cambie[11] las vestimentas sucias, por unas limpias (cf. Luc 15:20-32); como se mencionó, aquellas ropas representan la justicia de Cristo, imputada e impartida en el creyente. También, tener vestiduras representa las bendiciones materiales de Dios (Isa 23:18).
Uno de los derechos que tendrán aquellos que permanezcan con las vestiduras limpias, es que comerán del árbol de la vida y entrarán por las puertas de la ciudad.
(1) Comerán del árbol de la vida. La imagen de este árbol, en el pensamiento apocalíptico judío, era relacionado con el paraíso que aparecería al final de los tiempos.[12] En la Escritura, el “árbol de vida” significa vida eterna (Pro 3:18); connota “bendición” (Prov 13:12; 15:4). Como se sabe, Adán y Eva comieron del árbol del conocimiento del bien y del mal (Gén 2-3) y, como resultado, entró el pecado y se les negó comer del árbol de la vida; de otra manera, habrían llegado a ser inmortales (Gén 3:22). Sin embargo, el Creador promete dar al creyente el fruto del árbol de la vida, con el propósito de morar con Él por la eternidad (Apo 2:7). No solo la “segunda muerte” no tendrá autoridad sobre ellos, sino que ellos tendrán autoridad sobre el árbol de la vida.[13] Aquella promesa se cumplirá cuando Cristo retorne, y lleve a sus hijos a la Nueva Jerusalén, donde estará ubicado aquel árbol (Apo 22:2).[14]
(2) Entrarán por las puertas en la ciudad. Era común la entrada de reyes por las puertas de la ciudad (Jer 17:19-21, 25; 22:2), tanto para la entronización como para la entrada triunfal después de una batalla (cf. Sal 24:7-9; Is 60:11), o al momento de invadir al enemigo (Eze 26:10). También, el hecho de “entrar por las puertas” implicaba participar de las bendiciones de la familia (al recibir y participar de la heredad; Deut 12:12) o nación (Deut 12:15, 18). En los sapiensales, se relaciona la protección y salvación divinas con estar dentro o fuera de las “puertas” (Sal 9:13-14; 78:23; 147:13). Su contraparte, el hecho de “cerrar las puertas”, significa rechazo (Hch 21:30) e implica juicio (Deut 17:5; Neh 1:3; 2:3; Isa 45:1).
La imagen de una entrada triunfal, que registra Apocalipsis 22:14, permite sostener que el texto está aludiendo a Isaías 62:10-11; el cual revela la liberación, salvación y victoria de Dios en favor de la nación israelita.
En este sentido, el creyente es bienaventurado, puesto que tendrá la bendición de estar con Dios por la eternidad, “porque se identificaron con la muerte sacrificial de Cristo (cf. 19:13), además de recibir su nombre en sus frentes (22:4)”.[15]
Finalmente, Dios ha prometido que los “bienaventurados” entrarán triunfalmente a la Nueva Jerusalén, como lo hacían los reyes de la antigüedad. Recibirán las promesas divinas y experimentarán de las bendiciones del reino mesiánico y eterno. Como contraparte, los impíos —descritos como “perros” en Apocalipsis 21:8— quedarán “fuera”.[16]
El propósito de esta bienaventuranza es mostrar que, si se desea experimentar la felicidad en el presente, cada cristiano necesita pedir ropas nuevas al Creador y, en gratitud, experimentar una vida santa (una vida moral renovada).[17] No continuar con las ropas sucias, viviendo en el pecado; sino recibir ropas nuevas, la justicia de Cristo. Una relación diaria de reconciliación y justificación por la fe, es imprescindible para ser bienaventurado. Aquellos que experimenten la salvación diariamente, y permanezcan con la justicia de Cristo, entrarán triunfalmente por las puertas de la Nueva Jerusalén, comerán el fruto del árbol de la vida; y, sobre todo, tendrán una comunión con Cristo y continuarán experimentando la felicidad.
Fuente: Oscar S. Mendoza, Las siete bienaventuranzas del Apocalipsis (España: Ediciones Fortaleza, 2019), 69, 75-83.
Referencias:
[1]Esta expresión aparece en Apocalipsis 21:5 y, según el contexto, “fieles y verdaderas” se refiere a la promesa de la vida y felicidad eternas, donde “no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor” (21:4).
[2]La expresión “lavan sus ropas” ha sido muy discutida en cuanto a su traducción. Varios proponen otra traducción, a saber, “guardan sus mandamientos”. La razón, probablemente, es que un escriba, al momento de escuchar o leer tal expresión, cometió un error al escribirla; o posiblemente, como Beale, 1140, sugiere, pudo haber sido la interpretación de “lavar sus ropas” en aquel tiempo. ¿La razón? Las expresiones “lavan sus ropas” y “guardan sus mandamientos” suenan y se escriben de manera similar. Véase la similitud: HOIPLUNONTESTASSTOLAS (“lavan sus ropas”)/HOIPOIOUNTESTASENTOLAS (“guardan sus mandamientos”).
Algunos teólogos, después de percatarse de este detalle, sugieren que, de acuerdo a la evidencia, la mejor traducción debiera ser “lavan sus ropas” (Francis Nichol, Comentario bíblico adventista, ed. Francis Nichol [Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1996], 7:878; Ranko Stefanoviç, “ʻWash their Robes’ or ‘Do his Commandments’? Revelation 22:14”, en Interpreting Scripture: Bible Questions and Answers, ed. Gerhard Pfandl [Silver Spring, MD: Biblical Research Institute, 2010], 450-453).
[3]Juan “tiene múltiples fuentes que ha combinado a sí mismo (cf. Para el agua de vida: Is 49:10; 55:1; Eze 47:1-12; y para el árbol de vida: Gn 2:9; 3:24; Eze 47:12)” (Baukham, 133).
[4]Quizá, porque existe un paralelo entre 22:12-13 y 22:16-17, y también, por las expresiones que registran: “He aquí, yo vengo pronto” (v. 12), “Yo soy el Alfa y la Omega” (v. 13), “Yo, Jesús, he enviado” (v. 16). Para Smalley, 573, lo más probable es que haya sido Juan, por inspiración divina.
[5]Kistemaker, 646.
[6]G. K. Beale y Sean M. McDonough, Revelation, en Commentary on the New Testament Use of the Old Testament, eds. G. K. Beale y D. A. Carson (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2007), 1157.
[7]Eugene E. Carpenter y Philip W. Confort, “Lavar”, Glosario Holman de términos bíblicos, trad. Adriana Tessore (Nashville, TN: B&H Publishing, 2003), 108.
[8]Stefanoviç, Revelation, 605.
[9]Carpenter y Confort, 108.
[10]El texto en estudio, emplea el término στολὰς para “vestiduras”, y denota un ropaje lujoso (Mr 12:38; Lc 20:46 [de acuerdo a este texto, aquellas vestiduras eran largas]). En el AT, recurriendo a la LXX, las στολὰς eran usadas por los sacerdotes (Éx 28:2; 29:21; ver Vine, 948-949). Ya en el Apocalipsis, este tipo de vestimenta es usado por los redimidos que ya están en el cielo (7:9, 13-14).
[11]De acuerdo con el texto bajo estudio, el bienaventurado está llamado a “lavar” sus ropas. Sin embargo, considerando, por ejemplo, Zacarías 3:1-5, es posible que el acto de “lavar” implique “cambiar”. Parece indicar que “lavar las vestiduras” y “cambiar las vestiduras” sucias por unas limpias, significan lo mismo. Otra posibilidad es que “cambiar las vestiduras” represente la imputación de la justicia de Cristo en el creyente; por su parte, “lavar las vestiduras” significaría una vida de obediencia. El hecho aquí, es permanecer con las ropas limpias.
[12]B. Siede, “Cruz”, DTNT, 357.
[13]Beale, 1139.
[14]Ya en Apocalipsis 2:7 se mencionó al “árbol de la vida”. Haciendo el paralelismo con Apocalipsis 22:2, 14, el “paraíso de Dios” sería la “nueva Jerusalén”, la gran ciudad; y los vencedores serían los “bienaventurados”. Por tanto, una de las características principales de los “bienaventurados”, es que son perseverantes y victoriosos.
[15]Smalley, 573.
[16]Eustache, 300; Moffatt, 453.
[17]Smalley, 573.