Mateo 5 al 7 registra el famoso sermón de la montaña. En él, el Señor Jesucristo trata de explicar no solo los diez mandamientos, sino la Torah (equivale a los cinco primeros libros de la Biblia, llamados también Pentateuco o “la ley de Moisés”). El problema era que los líderes religiosos hicieron una mala interpretación de lo que había escrito Moisés. Entonces, era necesario, por parte de Cristo, contrarrestar estas erradas interpretaciones de la Torah.
En Mateo 5:2-12, el Señor Jesús menciona nueve bienaventuranzas. ¿Qué es una bienaventuranza? Una bienaventuranza es la máxima expresión de felicidad. El bienaventurado es sumamente feliz. Los judíos acostumbran desearse lo mejor y, para ello, siempre mencionan el término “bienaventurado”, sinónimo de “dichoso”, “feliz” y “bendecido”.[1]
Para Cristo, sus seguidores son llamados a experimentar la felicidad, sea cual fuere la situación. Si son vituperados o perseguidos, si tienen hambre o no se les hace justicia, sea cualquiera la situación, somos llamados a ser felices. ¿Por qué? Porque el Señor está con nosotros, y Él puede lograr que estemos contentos, cualquiera sea nuestra situación (Filipenses 4:11-13). Por tanto, al leer estas nueve bienaventuranzas de Mateo 5, atesorémosla, porque sí se puede ser feliz en esta tierra. Las promesas de Cristo se cumplirán indiscutiblemente.
En los versículos 13 al 16, al cristiano se lo compara con la sal y con la luz. Mientras la sal da sabor a las comidas, la luz alumbra en medio de la oscuridad. ¿A qué se refería Cristo al mencionar la “sal” y la “luz”? el versículo 16 responde: a las buenas obras. Sus hijos serían una luz y darían buen “gusto” a la sociedad, si ellos hacen la voluntad de Dios. Con estas buenas acciones, el creyente glorifica al Padre.
En los versículos 17 al 20, el Señor Jesús presenta su principal argumento: al interpretar la ley, muchos judíos van a pensar que la está contradiciendo. Sin embargo, Él no está para contradecir la Torah. Las interpretaciones del Señor Jesús sobre el Pentateuco no son meras palabras humanas, sino voz de Dios, y no contradicen lo mencionado por Moisés. El Pentateuco y las enseñanzas de Cristo se complementan, no se contradicen.
No solo eso, Él revela que lo profetizado en la Torah en Él tiene cumplimiento (v. 17). En Jesús se cumple todas las profecías mesiánicas reveladas en el Pentateuco. Asimismo, al decir que Él ha venido a cumplir, también estaba señalando que su estilo de vida perfecto es la mejor interpretación de la Torah. Finalmente, declara que aquellos que mal interpreten lo escrito por Moisés y quebranten uno de los mandamientos, serán condenados (v. 19).
¿Qué entendemos por el versículo 20? ¿Es verdad que nuestra justicia debe ser mayor que la de los escribas y fariseos? ¡Por supuesto que sí! Porque la supuesta justicia de la que se jactaban ellos, era solo por las obras. Era una justificación errada. Ellos creían que solo podían ser justos por sus propios méritos. Para el Señor, ese tipo de “justificación” no sirve. La “mayor justicia/justificación” solo la podemos recibir de Dios, y es la justicia de Cristo, la cual se la recibe por fe.
Del versículo 21 al 26, Cristo interpreta el mandamiento “no matarás”. Supuestamente, lo condenable era el asesinato, no el insulto o el enojo contra el prójimo (según creían los judíos). Sin embargo, Cristo presenta una correcta interpretación del mandamiento y amplía el panorama.[2] Él señala que, cuando una persona asesina o insulta a su prójimo, está transgrediendo el sexto mandamiento. ¿Consecuencias? Su respectiva condena.
No solo eso, es más condenable aún si un creyente que recibió un agravio, no toma la iniciativa para una posible reconciliación (v. 23). Tal persona no será salva.
Del versículo 27 al 30, el Señor trata sobre el adulterio. Su énfasis, ahora, es el séptimo mandamiento de Éxodo 20. Él responde a la pregunta “¿Quién es un adúltero?”, y lo hace diciendo: aquel que mira y codicia. Él pone énfasis en el adulterio/fornicación del corazón. Para Cristo, el pecado va de lo interno a lo externo. Por ello, es necesario cuidar las famosas “avenidas del alma” (vv. 29-30).
En los versículos 31 y 32, el Señor Jesús habla sobre el divorcio. Para Dios, solo existe una causal de divorcio: el adulterio. Si la pareja se divorcia por incompatibilidad de caracteres, comete pecado (aunque hayan firmado su divorcio en la tierra, en el cielo permanecen como casados); y si alguien se casa con la persona que se divorció por esa misma causa, adultera también.
Desde el versículo 33 hasta el 37, Cristo pide que sus hijos “no juren”. Que siempre su hablar sea “sí” o “no”. Por más que uno termine pidiendo perdón, siempre debe decir la verdad. Por supuesto, el hecho de “no jurar” implica no tomar el Nombre de Dios en vano, que es el tercer mandamiento de la ley de Dios (Éx 20:7).
Los versículos 38 al 42 tratan sobre la ley “ojo por ojo, diente por diente” (Éx 21:24). Esta ley fue dada con el propósito de retribuir a cada persona según sus actos. Si alguien cometía algún delito, un tribunal (no el agraviado) definía su condena, así se promovía la justicia. Sin embargo, esta ley no era la única que estaba en el Antiguo Testamento. En la ley mosaica también se promovía la misericordia. Esto es evidente en Levítico 19:17-18. La Torah no solo pedía que una persona sea justa, sino también misericordiosa.
El Señor Jesús no solo les recordó a sus oyentes aquella ley de la retribución (“ojo por ojo”), sino también les hizo recordar que debían ser misericordiosos. Si alguien te hiere en la mejilla, “vuélvele también la otra” (v. 39). Dicho de otro modo, si alguien te ofende, ten misericordia de él/ella y perdónalo (a).
Finalmente, en los versículos 43-48, el Señor Jesús responde a una idea popular en ese tiempo: “Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo”. Para comenzar, esa idea no está en la ley mosaica ni en el Antiguo Testamento. Dios nunca ha enseñado que uno debiera aborrecer a su enemigo. Al contrario, el mandato es amarlo.
Lo más interesante de esto, es que Dios nos pide que amemos a nuestros enemigos. Ojo, Él no solo nos pide que amemos a nuestros amigos, porque hasta eso se puede hacer, y lo hacen hasta los gentiles y publicanos (vv. 46-47). En realidad, lo que Él pide de nosotros, es que amemos a nuestros enemigos.
El capítulo 5 cierra con la oración “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (v. 48). ¿A qué tipo de perfección se refiere? Lucas 6:36 responde: “sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso”. Dicho de otro modo, aquí Cristo no se refiere a la perfección libre de pecado (porque todos somos pecadores por naturaleza), sino a ser perfectos en misericordia. Somos llamados a ser misericordiosos, así como Dios tiene misericordia de nosotros.
Mensaje central
El Señor Jesús interpreta correctamente la Torah en su sermón del monte. Penosamente, los judíos le dieron un sentido equivocado. Aquí, Él resalta el lado espiritual de la Torah y prioriza el amor al prójimo. Presenta el verdadero significado de algunas leyes del Pentateuco.
Aplicación a la vida
(1) El Señor nos pide que experimentemos la felicidad sea cual fuere la situación. (2) Somos llamados a interpretar correctamente su Palabra, con el propósito de no experimentar ni promover un estilo de vida incorrecto. (3) Dios desea que amemos de todo corazón a nuestro cónyuge, amigo y enemigo. ¿Estás dispuesto a hacerlo?
Referencias:
[1]Ver Oscar S. Mendoza, Las siete bienaventuranzas del Apocalipsis (Valencia: Fortaleza Ediciones, 2019), 17-23.
[2]En varios textos del capítulo 5, se menciona la expresión “pero Yo os digo”. Algunos han considerado que el Señor, por la palabra “pero”, estaba contradiciendo a Moisés. Sin embargo, este argumento se derrumba cuando reconocemos que la conjunción griega “de”, usada en estos textos, también puede traducirse como “también” o “además”. En este caso, el Señor Jesús no estaba contradiciendo la ley mosaica, sino que estaba ampliando el panorama, con el único propósito de darle su correcta interpretación.