Himno: “Suenen dulces himnos” (nro. 09).
Texto clave: “Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder, porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas” (Apocalipsis 4:11).
La Biblia nos revela un modelo de reverencia: el celestial. Las escenas celestiales abundan en toda la Escritura (Ez 1, 10; Ap 4, 5, 15, 19, etc.). En ellas, Dios es el centro de la adoración, y los seres angelicales siempre muestran reverencia ante Su presencia. Hoy nos basaremos en Apocalipsis 4 y 5 para comprender y luego imitar la adoración que se realiza en el cielo.
A continuación, se mencionan los elementos de la adoración celestial:
- Dios es el centro de la adoración. La atención no está puesta en los ángeles ni en los 24 ancianos, sino únicamente en el Creador. No hay distractores que estropeen o interfieran en la adoración.
- No hay bullicio. La adoración celestial es reverente e inteligente, reflejada a través de palabras adecuadas. Cualquier ruido innecesario distorsiona el momento de alabanza y provoca irreverencia.
- Es un momento de humillación y temor reverente. La adoración implica humillación y postrarse ante la presencia divina, mostrando humildad (por ejemplo, arrodillándonos o inclinando la cabeza). Debemos sentir un temor reverente ante la gloria de Dios. Este temor no es un miedo a un ser castigador, sino un respeto profundo y reverencial que llena el corazón de asombro (Mt 10:28; Lc 12:5). Por supuesto, la alegría y el regocijo también son fundamentales y no implican falta de respeto en absoluto.
- La alabanza es parte de la experiencia salvífica en Cristo. Este aspecto se resalta más en Apocalipsis 5 que en el capítulo 4. Alabamos a nuestro Salvador porque nos ha redimido del pecado. Al experimentar la salvación, lo adoramos, sabiendo que somos parte de Su reino celestial. En otras palabras, imitamos la adoración celestial porque hemos sido salvados del pecado y nos estamos preparando para adorar junto con los ángeles en el cielo y en la tierra nueva.
Como hijos de Dios y herederos de la promesa, nuestra actitud en el templo, o en cualquier lugar donde se invoque la presencia del Espíritu Santo, debe ser como la de los ángeles en el cielo. Recordemos que el evangelio eterno produce verdaderos adoradores, aquellos que adoran en Espíritu y en verdad (Juan 4:23, 24).
Mi oración hoy
“Señor, reconociendo que Tú eres el soberano Rey del universo, decido honrarte y reverenciarte todos los días de mi vida. Deseo morar contigo por la eternidad y adorarte, porque eres digno. Gracias por tu infinito amor”.