En el capítulo 5, el énfasis era el aspecto moral de algunas leyes de la Torah. Ahora, Mateo 6 presenta varios aspectos de la vida/justicia religiosa (George Knight, Mateo, 100). Cristo continúa hablando, en este capítulo, sobre el estilo de vida del reino de los cielos. Mateo 6 podría dividirse en tres partes:
- Limosna, ayuno y oración (vv. 1-18)
- Tesoros en el cielo (vv. 19-23)
- Priorizar el reino de los cielos (vv. 24-34)
Como es evidente, aún desde Mateo 5, el Señor Jesús está reaccionando a ciertas ideas y prácticas de los judíos de su tiempo. ¿Realmente los judíos (principalmente sus líderes religiosos) estaban haciendo las cosas bien en su estilo de vida religioso? Mateo 6 responde esta pregunta.
En la primera parte (vv. 1-18), Cristo aborda tres asuntos: las limosnas, la oración y el ayuno. Estas eran prácticas religiosas comunes entre los judíos y aún en otras naciones. El Señor trata cada asunto, mencionando el problema y, luego, presentando la solución. Para ello, Él introduce esta sección con el versículo 1: “Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos”. Este texto es el argumento principal de esta primera parte. El problema, como es evidente, era la actitud, no la experiencia.
Las limosnas (vv. 2-4)
- Problema. En esos días, algunos creían que la caridad salvaba a una persona. Otros hacían “tocar la trompeta” (por supuesto, esta es una hipérbole) en las sinagogas y en las calles, con el objetivo de ser más populares. A veces, se hacían reuniones en las sinagogas o al aire libre, con el fin de que las personas prometan donar ciertas cantidades de dinero (aunque algunas no cumplían). Por estas promesas, muchos recibían admiración y elogios (Comentario bíblico adventista, 5:334). Entre los romanos y griegos, los proyectos que apoyaban a las personas pobres tenían como propósito asegurar la popularidad del donante (Craig Keener, Comentario del contexto cultural: Nuevo Testamento, 54).
- Solución. Cristo presenta otra hipérbole: que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha. Dicho de otro modo, que tu limosna sea en secreto (v. 4). No es bueno alardear las donaciones, ya que ellas no determinan la salvación ni la piedad del creyente. Al final, si se obedece, el Señor recompensará en público (v. 4).
La oración (vv. 5-15)
- Problema. Entre los judíos, la posición más común para orar era la de pie; y el lugar donde se realizaban transacciones comerciales, eran las esquinas de las calles (v. 5. Ver CBA, 5:335). El problema era que muchos judíos en esos días oraban hasta en las calles, con el fin de ser vistos por otros (v. 5). Ellos se las arreglaban para ser vistos (ibíd.). Sus motivos eran “hacia otras personas, en lugar de hacerlo hacia Dios” (Keener, 54). También, acostumbraban a repetir sus oraciones (v. 7), o “hablaban sin pensar” (CBA, 5:335). Entre los paganos o gentiles, “se recordaban a la deidad los favores que uno había hecho, intentando obtener una respuesta del dios sobre una base contractual” (ibíd., 55).
- Solución. El consejo de Cristo es uno: ve a tu aposento, cierra la puerta y ora en secreto a tu Padre celestial (v. 6). El aposento era una despensa o bodega, ya que muchas personas no tenían habitaciones privadas en sus casas, y este sería el único lugar que tenía puerta (Keener, 54). Con este consejo, el Señor estaba priorizando la oración privada. No era necesario que la gente vea al momento de orar, ni tampoco que se mencione millones de palabras en una oración. “Jesús está diciendo que no es la longitud de nuestras oraciones lo que las hace efectivas, sino su sinceridad” (Knight, 102).
Del versículo 9 al 13, el Señor presenta una oración modelo, no un rezo. Él desea la espontaneidad y el reconocimiento de la voluntad divina. Básicamente, esta oración modelo presenta dos partes: glorificación al Creador (v. 9) y petición (vv. 10-13). Por supuesto, es recomendable siempre agradecer también a nuestro Dios, por todo lo que hizo, hace y hará.
Es interesante que Cristo, cuando habla de la oración, presenta el perdón como condicionante para ser perdonados/salvados por Dios (vv. 14-15). El que no perdona, tampoco será perdonado por Él.
El ayuno (vv. 16-18)
- Problema. El ayuno judío exigía abstenerse de cualquier comida, bebida o placer. Generalmente, se ayunaba dos veces por semana, los lunes y los jueves. Penosamente, los judíos de aquella época, al momento de ayunar, se convertían en austeros y demudaban sus rostros (v. 16). Mostraban un rostro triste y resecado. Su objetivo era demostrar que estaban ayunando. Su acción era “ocultar los verdaderos sentimientos tras una apariencia de tristeza disimulada, así como un actor esconde su rostro bajo una máscara, so pretexto de ser muy piadoso” (CBA, 5:340).
- Solución. El Señor aconseja, al momento de ayunar, ungir los rostros (v. 17). Es interesante que el aceite, en el Antiguo Testamento, era símbolo de gozo (Sal 45:7; 104:15); y “ungir la cabeza” era “símbolo de bendiciones recibidas” (Sal 23:5; 92:10; ibíd.). Asimismo, sugirió que, al ayunar, todos deberían lavar sus rostros (v. 17). En síntesis, el Señor estaba aconsejando que una persona, al momento de ayunar, debía mostrar un rostro alegre y limpio.
En la segunda parte (vv. 19-23), el Señor pide que no hagamos tesoros “en la tierra”, donde la “polilla” y el “orín” corrompen. La polilla (para las prendas valiosas) o el óxido (para las monedas, por ejemplo) “podían, con el tiempo, destruir su valor” (Keener, 56). Por tanto, el creyente, si prioriza los asuntos de la tierra, llegará a tener complicaciones y peligros. Por el contrario, Él aconseja que hagamos “tesoros en el cielo”; que se priorice los asuntos del reino (la salvación). Allí, no hay nada que nos haga caer. Más que ganar riquezas en esta vida, debemos priorizar los asuntos espirituales.
Asimismo, señala que donde está nuestro tesoro, allí está nuestro corazón (v. 21). ¿Y a través de qué observaremos lo que hay dentro? ¿Cómo sabremos si todo está bien? El Señor señala: a través del ojo, el cual es la lámpara del cuerpo (v. 22). Por tanto, el ojo y el corazón deben estar bien. Si el corazón y el ojo son puros, el cuerpo lo será. “Un cristiano cuyo ojo espiritual esté sano, es aquel cuyo discernimiento y juicio hacen que sea una persona sencilla, sin artificios, íntegra y pura” (CBA, 5:340). En resumen, “los blancos de los cristianos son blancos del reino de los cielos antes que blancos terrenales” (Knight, 104).