La gorda y el reino

Autor: Dr. George Knight

“La iglesia es como una señora gorda que vuelve después de un alocado día de compras” (Mat. 13:4407).

Mi mente proyecta una mujer obesa que suda a chorros; una mujer de pie ante una puerta con ambos brazos repletos de preciosos paquetes. Nuestra amiga parabólica enfrenta una crisis. No puede abrir la puerta para entrar a su casa sin soltar sus paquetes. Si estira una mano para alcanzar el picaporte, dejará caer algunos paquetes y se arruinarán, pero si no deja de aferrarse a sus paquetes, jamás rebasará la entrada.

Su predicamento es una trampa. Es decir, que sin importar lo que decida, sufrirá una pérdida. La única cuestión es cuál sería la peor.

Allí está. Bañada en sudor, frustrada; se aventura a formular pensamientos constructivos de vez en cuando, pero no piensa demasiado por temor a sentir dolor o urgencia para actuar. Está indecisa entre dos deseos alternos: entrar a su hogar a descansar, y tener bien sujetos sus paquetes. Dadas sus motivaciones contradictorias, le resulta imposible actuar. El resultado es más sudor e indecisión, mientras espera, aunque tiene su meta al alcance de la mano.

Interpretación

Como muchas de las parábolas de S. Mateo 13, requiero una explicación. Por fortuna, el simbolismo es muy sencillo.

La mujer es semejante a la Iglesia Adventista del Séptimo Día, que en su madurez se ha vuelto acaudalada y sin carencias (ver Apocalipsis 3:17).

Los muchos paquetes son semejantes a las estructuras de la iglesia y sus instituciones, de las que los adventistas tienen en abundancia, en al menos cuatro diferentes envolturas: educativas, eclesiásticas, médicas y de publicaciones.

La puerta es semejante a la ruta hacia el reino celestial, mientras que el picaporte es el mecanismo de entrada. En otras palabras, el picaporte es un símbolo de la misión evangélica mundial del adventismo.

La dinámica de la parábola también es muy evidente. La mujer quiere entrar al reino del cielo por la puerta. Está en el umbral de la máxima victoria, pero (esta es la trampa) su propio éxito la estorba.

Al haber escatimado recursos, ahorrado y sacrificado, acumuló una gran cantidad de instituciones y estructuras. De hecho, tiene tantas que sus jefes administrativos pasan periodos de tiempo inverosímiles en juntas, e intentando resolver los problemas cada vez más abrumadores de esas instituciones en un sistema social complejo y cambiante.

Sin embargo, estos problemas, no tientan a la señora para que suelte sus paquetes, porque a medida que ha pasado el tiempo, ha construido su identidad mediante el tamaño, la cantidad, la variedad y la calidad de sus paquetes. Ahora es adicta a los paquetes y a retenerlos.

Las amenazas que sus paquetes afrontan, de hecho, han ejercido el efecto contrario en nuestra amiga. Elije aferrarse a sus paquetes con más fuerza. Gasta todavía más energía, recursos y atención en sus paquetes que aumentan en cantidad. ¡Por eso suda! También es la razón de su inhabilidad y hasta falta de voluntad para soltarlos y alcanzar el picaporte. El resultado final es que los paquetes impiden la entrada.

Es una cruel paradoja. Después de todo, la única función de las estructuras y las instituciones de la iglesia debería ser la de facilitar el cumplimiento de la misión. Pero en el caso de nuestra mujer, ejercen justamente el efecto contrario. Algo anda muy mal cuando la iglesia se dedica a extender la misión de instituciones semiautónomas en vez de aquellas que hacen avanzar la misión de la iglesia.

Como Robert Folkenberg señaló, las instituciones y las estructuras no son malas en sí mismas, pero necesitamos examinarlas de vez en vez para asegurarnos de cumplan sus propósitos designados con eficiencia.[1] Después de todo, con el paso del tiempo se desarrolla una especie de gravedad disfuncional que tiende a alejar a las organizaciones de sus objetivos originales. En Otras palabras, la preservación de la estructura o la organización gradualmente suplanta a la misión como prioridad. Robert Michaels llama a este fenómeno “ley oligárquica de hierro”.[2]

Cinco etapas

Esos «procesos degenerativos» son de esperar en una iglesia que envejece. El sociólogo David Moberg señala que las iglesias, igual que otras organizaciones, pasan por cinco etapas en sus ciclos de vida:[3]

  1. Organización incipiente.
  2. Organización formal.
  3. Máxima eficiencia.
  4. Institución.
  5. Desintegración.

En la tercera etapa, el liderazgo tiene un énfasis menos emocional que en las primeras dos etapas. Lo dominan los estadistas. Una organización cada vez más racional reemplaza al liderazgo carismático. Surgen historiadores y apologistas. La estructura formal se desarrolla con rapidez. Las instituciones tienden a operar según su misión. Al menos en Norteamérica, el adventismo entró a la tercera etapa a principios del siglo XX.

Pero la cuarta etapa, la institucional, el formalismo acaba con la vitalidad del grupo, una burocracia establecida «más preocupada por perpetuar sus propios intereses que en conservar las distinciones que ayudaron a dar existencia al grupo», domina el liderazgo, la administración se concentra en juntas y comités que tienden a autoperpetuarse, y las instituciones se convierten más en amas que en sirvientes.

La mayoría del adventismo definitivamente ha entrado a la cuarta etapa de Moberg. Como la iglesia primitiva a sus 150 años, los adventistas han seguido un patrón histórico sacro. Es destacable, sin embargo, que la quinta etapa se llanta «desintegración».

¿No hay esperanza? ¿Acaso la iglesia es un mero engrane en una máquina sociológica? ¡Pues no! A menos, claro, que no logre aplicar medidas correctivas. Como señala Moberg, el proceso es reversible, no inevitable.

Por otro lado, la marea social hará su terrible daño a menos que la iglesia decida a conciencia entrar en acción heroicamente. Esto es, que la señora gorda con cierta osadía tiene que reevaluar su filosofía de los paquetes y cómo cargarlos. Tiene que decidir si su identidad la adoptará a partir de la misión o el institucionalismo. Los pensamientos inteligentes al respecto serán radicales y valientes; radicales en el sentido de la magnitud de los cambios que serán necesarios para funcionar óptimamente, y valientes, ya que sus elecciones harán frente a burocracias intrincadas, tribalismos y otros intereses generados.

Al mirar nuestra especial y muy amada señora gorda adventista, parece que todos sus paquetes están muy mal. Sus problemas se complican más debido a que todos los paquetes de la denominación (instituciones y estructuras) están vinculados profundamente. Esto implica que alterar una parte significa que el todo cambiará. El adventismo no necesita ajustes, necesita una revolución radical en el sentido más amplio de la palabra, para ser óptimo y funcional en su misión. Esta, como ya te habrás dado cuenta, es la palabra clave de este ensayo. Contribuir a la misión funcional de la manera más eficiente y eficaz tiene que ser el único criterio a seguir en la reevaluación que haga la iglesia de sus estructuras y organizaciones.

Por desgracia, a las organizaciones no les gustan los cambios, sus burócratas y profesionales, hasta sus distritos, son culpables por igual de rechazar los cambios, como si fueran lepra o sida. La historia de la Iglesia Adventista indica que nunca hace modificaciones estructurales necesarias de gran importancia hasta que está a punto del colapso organizacional y financiero. Lo que quiero decir ahora, dada la condición actual de las estructuras educativas, médicas, publicadoras, y las asociaciones adventistas, es que el momento del desastre no está muy lejano.

Hacia el cambio radical

Quizá lo que el adventismo necesita para cumplir con éxito su única misión es tener menos instituciones y estructuras. Tal vez no sea necesario discutir la desaparición de uniones o la combinación de asociaciones locales, sino que hace falta que desaparezcan todas, para crear entonces unas cuantas unidades administrativas regionales que hayan abandonado la época de las carrozas y ahora tengan acceso a medios contemporáneos de transporte y comunicaciones.Más allá de los cambios estructurales, quizá la denominación estaría mejor si sus líderes fueran «obispos» espirituales, en vez de empresarios ejecutivos internacionales. ¿Será imposible delegar las funciones empresariales a las personas que se han preparado profesionalmente para desempeñarlas, para que así nuestros «obispos» puedan ser de nuevo líderes espirituales? Parece muy frecuente que nuestro liderazgo espiritual queda hecho a un lado o delegado, en el proceso de atender las necesidades urgentes y legales, que cargar paquetes o dar mantenimiento a la máquina institucional implica.

Más allá de que haya modificaciones funcionales por el bien de la misión en la estructura de las asociaciones, es necesario plantear preguntas graves sobre sus instituciones. Por ejemplo, ¿hacen falta instituciones educativas en el territorio de alguna unión? Las que existen, ¿son operables o demasiado costosas? ¿Qué características tiene la educación que se imparte en sus salones? ¿Sus alumnos beneficiarán a la iglesia en el futuro?

Los programas adventistas de publicaciones y de salud también tienen que responder preguntas difíciles relativas a la misión de la iglesia. Uno ciertamente se pregunta si los cientos (quizás miles) de millones de dólares invertidos y la numerosa cantidad de empleados del sistema de salud, podrían reinvertirse más funcionalmente para fines misiológicos.

El programa de publicaciones también necesita entra: al siglo XXI. Es verdad que al menos deberíamos cuestionar la efectividad de operar imprentas. Las editoriales podrían recortar sus gastos de producción drásticamente mediante la tercerización delas impresiones. Además, es necesario repensar y replantear el sistema entero de evangelistas de literatura (colportores) para que afronte los retos y las oportunidades del mercado del siglo XXI.

Recapturar la misión

Como habrás podido inferir, me preocupa mi iglesia. Temo que en demasiados casos la denominación y sus instituciones se han convertido en un «programa dc empleo» y la supervivencia institucional, en un fin en sí mismo. La reevaluación y la revolución tienen que devolver el protagonismo a la misión sí queremos salir de la ruta que lleva a la disfuncionalidad.

La autoimagen del adventismo tiene que volver a enfocarse en la misión, en Vez de los paquetes. Será necesario soltar algunos de nuestros preciados paquetes para toma r el picaporte del reino, mientras que otros tendremos que envolverlos de nuevo.

Mi mensaje, en la metáfora inicial, es: ¡Despierta gorda, antes de que sea demasiado tarde!

Fuente del artículo: Si yo fuera el diablo (México: Gema Editores, 2015), 31-38.

Fuente de la imagen: https://www.freepik.es/foto-gratis/retrato-mujer-joven-sosteniendo-bolsas-compra-al-aire-libre-calle_13907412.htm#page=2&query=la%20gorda%20de%20compras&position=32&from_view=search&track=ais&uuid=f447d3a9-4138-4894-8ba8-fcb492657021

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Referencias:

[1]Robert Folkenberg, “Church Structure—Servant or Master”, Ministry, junio de 1989, 4-9.

[2]Citado en Folkenberg, Ibíd., 4.

[3]David Moberg, The Church as a Social Institution: The Sociology of American Religion (Grand Rapids, MI: Baker, 1984), 118-125.