No siempre fue así. Durante los primeros 18 siglos de la historia cristiana, la mayoría de los cristianos se sentían muy cómodos con la profecía bíblica y había un sorprendente nivel de acuerdo acerca de cuáles eran sus mensajes clave. Así es como Dios quería que fuera: «Les ruego hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que hablen todos una misma cosa y que no haya entre ustedes divisiones. Antes, estén perfectamente unidos en una misma mente y un mismo parecer» (I Cor. 1:10). Esta semana exploraremos algunos principios que permiten una comprensión coherente y fiable de la profecía.
