La oración diaria es uno de los hábitos más enriquecedores para el creyente, ya que le permite presentarse ante Jehová y entablar un diálogo personal con Él. Esta experiencia única es fundamental para el crecimiento espiritual en Cristo. Es por eso que las Escrituras nos instan a orar constantemente, como se registra en versículos como “Orad sin cesar” (1 Tes. 5:17), “orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu” (Efe. 6:18) y “También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar” (Luc. 18:1), entre otros.
El mandato es claro: se nos insta a orar en todo momento. Por ejemplo, podemos dedicar tiempo a la oración durante nuestro culto personal (se sugiere hacerlo de rodillas). Podemos comunicarnos con Dios mientras vamos a la universidad o al trabajo, o incluso cuando nos sentamos en cualquier lugar. El objetivo es mantener una comunicación constante con Él, sin importar las circunstancias.
¿Existe alguna postura exclusiva para orar? En realidad, no existe. Varios personajes bíblicos se dirigieron a Dios en oración adoptando diversas posturas.[1] Por ejemplo: (1) Daniel, Esteban y Pedro oraron de rodillas (Dan. 6:10; Hch. 7:60; 9:40); (2) Josafat y el pueblo oraron de pie (2 Cró. 20:5-6, 13), Ana también oró de pie y Dios le respondió positivamente (1 Sam. 1:26); (3) David oró sentado (2 Sam. 7:18) y aún estando acostado (Sal. 63:6; 1 Rey. 1:47); (4) El Señor Jesús se postró al momento de orar (Mar. 14:35). Por su parte, Elena G. de White tampoco estableció una postura específica para orar. Al contrario, hubo momentos en que ella y la congregación oraron de pie: “Invité a que se pusieran de pie todos los que querían entregarse a Dios… Los presenté al Señor con ferviente oración”.[2] En otra ocasión, ella oró sentada: “y, a menudo, en las horas de la noche me encuentro sentada en la cama, orando a Dios”.[3] Sobre este asunto, ella fue clara: “No siempre es necesario arrodillarse para orar. Cultivad la costumbre de conversar con el Salvador cuando estéis solos, cuando andéis o estéis ocupados en vuestro trabajo cotidiano”.[4]
Para establecer el hábito de la oración, es fundamental planificar y elegir un lugar específico. Puedes comenzar con una breve oración por la mañana temprano. Luego, al regresar del trabajo, sería beneficioso dedicar otro momento para la oración, lo mismo por la noche. Si no estás acostumbrado a orar en privado, comienza orando 5 minutos y luego aumenta gradualmente a 10 minutos hasta que te acostumbres. Además, es recomendable tener un espacio designado para la oración, preferiblemente no en la sala ni en tu habitación, sino en un lugar tranquilo y privado.
¿Qué elementos deberías incluir en tus oraciones? Algunas personas pueden sentirse perdidas sobre qué decir al comunicarse con Dios. Por ello, es útil considerar las diferentes partes de la oración: (1) alabanza y adoración, (2) agradecimiento, (3) petición, (4) confesión de pecados o situaciones difíciles, y (5) cierre con una declaración de fe, como “En el nombre de Jesús, amén”. Si tienes dificultades para recordar lo que quieres expresar, puedes escribirlo en un papel para tenerlo a mano.
Finalmente, aprovecha tu momento de culto personal los sábados por la mañana para dedicar más tiempo a la oración. Incluso podrías realizar otro culto a la 1:00 pm y volver a orar. Cultivar el hábito de la oración es esencial para mantener una relación cercana con tu Creador. Recuerda que la comunión con Dios es uno de los mayores tesoros de la vida, y la oración es la llave para mantener esa conexión.
Referencias:
[1]Basado en Ángel M. Rodríguez, “Arrodillarse para orar”, Biblical Research Institute, https://www.adventistbiblicalresearch.org/es/materials/arrodillarse-para-orar/ (consultado: 10 de octubre, 2020).
[2]Mensajes selectos (Washington, DC: Ellen G. White Estate, Inc., 2012), 3:306.
[3]Review and Herald, 12 de diciembre, 1906.
[4]Ministerio de la curación (Washington, DC: Ellen G. White Estate, Inc., 2012), 408.