La verdad bíblica del bautismo

La palabra bautismo viene del verbo griego baptízō, que significa “sumergir” y deriva del verbo báptō, que significa básicamente “sumergir en o debajo”. Cuando se refiere a bautizar en agua, baptízō implica inmersión o que a la persona se la sumerge.[1] En el NT, mayormente se lo usa para denotar el bautismo por inmersión de personas que aceptaron a Cristo como su Salvador (Hch 8:38-39; 16:30-34). Varios textos evidencian que cuando ellas se bautizaron, sin lugar a duda fueron sumergidas en las aguas y luego subieron de las mismas (véase p. ej. Mt 3:16; Jn 3:23; Hch 8:38-39). Baptízō también se la usa para referirse al bautismo del Espíritu Santo, aunque no se mencione la palabra “agua” en esos casos (Mt 3:11; Mr 1:8; Lc 3:16). Hay textos en el NT que usan la raíz de baptízō para referirse a ritos ceremoniales judíos de purificación (Mr 7:4; Lc 11:38; Heb 9:10).[2]

El bautismo es un rito, un acto simbólico, que representa la evidencia pública de que el nuevo creyente acepta a Jesucristo como su Salvador personal. A partir de ese momento, decide ser discípulo de Cristo y formar parte del reino de los cielos, lo que incluye unirse a la comunidad de creyentes (la iglesia). Desde ese día, la persona se convierte en “hija de Dios” y es adoptada por el Padre celestial con un propósito claro: ser salva y experimentar la salvación.

Los requisitos para bautizarse son: a) la fe, b) el arrepentimiento y c) los frutos del arrepentimiento (ver Mr 16:16; Hch 2:38; Ef 2:8-10).[3] El creyente es llamado a aceptar las buenas nuevas del evangelio para ser salvo. No necesita realizar penitencia alguna ni cumplir con una lista de acciones específicas para entregar su vida a Cristo. Lo único que Dios desea es un corazón arrepentido y dispuesto a ser un fiel discípulo cristiano.

¿Qué implica el bautismo cristiano?

  1. La justificación del creyente. Cuando el creyente se bautiza, es “declarado justo” (no “hecho justo”) en términos forenses.[4] Esta justificación es un acto gratuito de Dios, y el único requisito es la fe (Ro 1:16-17; 3:21-24). La justicia que se le imputa es la de Cristo, otorgada al creyente con el propósito de que sea perdonado y declarado justo.
  2. Llegar a ser un “hijo de Dios”. Desde que el ser humano pecó obedeciendo a la voz de Satanás, dejó de ser “hijo de Dios”. Penosamente, toda persona que nace en este mundo no nace con ese estatus o título. Como nace bajo el poder del pecado y con una naturaleza pecaminosa, llega a ser “del diablo” (1 Jn 3:8). Sin embargo, Dios decide adoptar al creyente y considerarlo como “hijo” suyo. ¿En qué momento la persona es adoptada? Cuando se bautiza (Gá 4:1-7).
  3. Experimentar la salvación en Cristo. La persona es llamada a experimentar la salvación. Aunque ha sido salvada en el momento de su bautismo, ahora le corresponde vivir esa salvación. El creyente, al ser declarado justo, necesita ahora vivir como tal (Ef 2:10). La santificación, entendida como la experiencia de la salvación o “justicia impartida”, implica que Cristo salva al ser humano del pecado, no en el pecado (Ro 6:1-4).
    Esta experiencia de salvación depende en gran medida de la obra de Cristo en el creyente, que incluye su intercesión en el santuario celestial (Heb 8:1-6) y la obra del Espíritu Santo en la vida del creyente (Jn 16:7-13; Ro 8:9-11), como también de cómo reacciona el creyente a la influencia divina. La experiencia de la santificación abarca principalmente tres aspectos: a) la comunión diaria con Cristo (2 Co 13:13/14), b) la obediencia a los diez mandamientos como evidencia del amor a Dios (Ro 13:8-10; Stg 2:10-12), y c) el cumplimiento de la misión de hacer discípulos, como Jesús lo ordenó (Mt 28:19-20).
  4. El inicio de la perfección cristiana. El bautismo marca el inicio de la vida cristiana y el comienzo del camino hacia la perfección, pero no es su fin. En el contexto bíblico y de la experiencia de la salvación, la perfección se entiende como madurez espiritual. El recién bautizado comienza un proceso de crecimiento en Cristo (Col 1:10-12) y, con el tiempo, progresa en la fe. Deja de ser un bebé espiritual que necesita leche (1 Pe 2:2) y avanza hacia la madurez, alcanzando la plenitud de la estatura de Cristo (Ef 4:13).
  5. El acompañamiento del Espíritu Santo y la comunión diaria con Cristo. Dado que el propósito del Espíritu Santo en el plan de salvación es guiar al catecúmeno hacia Cristo, al momento de su bautismo, este recibe al Espíritu Santo (Hch 2:38). ¿Cuál es, entonces, la función principal del Espíritu en relación con el creyente? Según la conclusión de Wilson Paroschi, su función es la de actuar como Maestro o Instructor (cf. Jn 14:16). El Espíritu Santo comienza a instruir, acompañar e iluminar al recién bautizado, con el objetivo de que crezca en el Señor y cumpla su voluntad. El creyente está llamado a abrir su corazón y recibir la influencia del Espíritu Santo (Heb 3:15). Para ello, es fundamental mantener comunión con Cristo, lo cual incluye prácticas como la lectura de la Biblia, la alabanza, la oración y el cumplimiento de la comisión evangélica (Mt 28:19; Mr 16:16; Hch 1:8-10).
  6. El inicio de una vida de servicio. El Espíritu otorga al creyente dones espirituales. Un don espiritual es una capacidad que el Espíritu imparte a sus hijos con el objetivo de servir al cuerpo de creyentes y cumplir la misión. ¿Por qué recibir estos dones? Porque el recién bautizado, como parte del estilo de vida cristiano, es llamado a ser sacerdote (1 Ped 2:9). Al serlo, su responsabilidad por amor es el servicio (Ro 6:22) a sus familiares, su iglesia y la sociedad; y esto se hará en diferentes ministerios.
  7. El inicio de la vida eterna. El reino de los cielos y la vida eterna comenzaron con la primera venida de Cristo (ver Ro 6:23; 1 Ti 6:2; 6:12; 1:16; 1 Jn 5:11; 5:13), y la segunda venida será simplemente una continuación de lo que ya se inició aquí. En el caso del recién bautizado, al salir de las aguas bautismales, llega a formar parte del reino de los cielos y comienza a experimentar la vida eterna (Jn 6:47-59). En este reino, Cristo es el Rey de reyes; el nuevo creyente deja de ser “esclavo del pecado” y pasa a ser “siervo e hijo de Dios” (Ro 6:20, 22). Por supuesto, al iniciar la vida eterna, el bautizado decide prepararse para la segunda venida.
  8. Formar parte de una comunidad de creyentes. Según Hechos 2:47, los catecúmenos que se bautizaron se unieron a la comunidad de creyentes, la iglesia, la cual forma parte del reino de los cielos aquí en la tierra. Así, la experiencia de la salvación no solo es personal, sino también en comunidad. El creyente no solo es “sacerdote”, también forma parte de un real sacerdocio. Esta comunidad tiene el propósito de llevar el evangelio eterno a todo el mundo (Ap 14:6-7).

Referencias:

[1]Eugene Carpenter y Philip Comfort, “Bautizar”, en Glosario Holman de términos bíblicos (Nashville, TN: Broadman & Holman Pubhishers, 2003), 238.

[2]A. Oepke, “bautizar”, en Compendio del diccionario teológico del Nuevo Testamento, ed. Gerhard Kittel, Gerhard Friedrich y Geoffrey W. Bromiley, trad. Geoffrey W Bromiley (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2002), 98; Asociación Ministerial de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día, “El bautismo”, en Creencias de los adventistas del séptimo día, trad. Miguel Valdivia y Armando Collins (Buenos Aires, Argentina: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2007), 211-213; Herbert Kiesler, “Ritos: Bautismo/Lavamiento de los pies/Cena del Señor”, en Tratado de teología adventista del séptimo día, ed. Raoul Dederen, trad. Aecio Cairus (Buenos Aires, Argentina: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2015), 656-657.

[3]Creencias de los adventistas, 219-220.

[4]Richard Davidson, “La doctrina de la justificación por la fe, parte I”, en El carácter de Dios y la última generación, ed. Jiří Moskala y John Peckham, trad. Joel Iparraguirre (Buenos Aires, Argentina: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2021), 104-114; ibid., “La doctrina de la justificación por la fe, parte II“, 115-148; ibid., “La doctrina de la justificación por la fe, parte III”, 149-179.